martes, 11 de noviembre de 2014

Confesiones de madrugada.

No quiero verte a los ojos porque me conoces tan bien que no tardarías en saberlo; que mientras me hablas de ti, estoy imaginando otras tonterías, tonterías de esas, que terminan en desastre.
Y esa carta jamás te la entregaría, porque tú y yo no nos entenderíamos; me pedirías más de lo que te podría ofrecer, me ofrecerías el calor de tus sábanas y nunca me querría ir.
Sé lo mucho que te gusta despertar entre otros brazos y tú sabes bien que guardo bajo la almohada un mapa con destino a recorrer el paraíso de tu espalda sin perderme; y sé por tu propia boca que nada te cuesta dormir sin mí. 
Te he hablado infinitas veces de la libertad y del tiempo; para ti la libertad es parecida al libertinaje, y el tiempo y lo nuestro, es pasajero. 
        … Y una mañana, acostada en sus piernas, le pregunté que si el amor existía, y su risa de lado y su miedo me contestaron que no, mientras su mano derecha buscaba bajo mi almohada el mapa con el camino de regreso al desastre.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Justificándote por última vez.

Sé que me querías porque te fuiste de la manera más fugaz y con una breve despedida para causar menos daño.

Sé que pensabas que debías enseñarme a perder una de las mil y un guerras que siempre he ganado.

Sé que no te fuiste por falta de amor, sino porque te dio miedo quedarte.

Sé también que huiste porque no querías contagiarme de tus miedos, ni mostrarme lo duro que son para ti los fracasos.
Qué bueno que sólo nos quisimos y no llegamos a amarnos, si nos hubiéramos amado sería más difícil eliminar cada beso bajo nuestra luna, cada caricia que nos trajo el viento, cada cielo que nos regaló el mundo.

Tuve que irme ahora, porque tenía que regresar a este lugar donde se siente paz, donde quizá no hubiera podido volver si nos hubiéramos amado.


Mariel Barradas.

martes, 4 de noviembre de 2014

Terapia contra ti.

Tan diferente es nuestro amor, que yo me convertí en la mujer esa, de la que tanto me burlaba, esa que deja todo cuando ama y tú sólo me quieres con amor de ese, del que se empeña en calmar mis demonios, y yo te quiero aún siendo uno de ellos.
Tan diferentes somos que tú te ahogas en el mar donde siempre he nadado; yo justifico tu llegada sin maletas creyendo que eres fanático de la improvisación y tú ni siquiera tocas la puerta, porque no pretendes quedarte; porque a mi me gusta quedarme y dejar huella, y a ti huir y dejar cicatrices.
Tan diferentes somos, que yo escribo miles de historias en tu espalda y tú eres un libro con páginas en blanco al que le arrancas las hojas cada vez que algo te sale mal; yo bailo sin música y tú necesitas una orquesta para tararear.
Tan diferente es nuestro amor, que lo único que le da vida a lo nuestro es mi esperanza; tú prometes como hablas y yo jamás prometo nada porque no quiero fallarte.
Tan diferentes somos que a pesar de ponerte a ti sobre todas las cosas y quererte como nunca a nadie, aprendí ya que perdiendo a veces se gana y si no, se aprende; que cuando se quiere con el alma y la balanza no está equilibrada, hay que dejar ir, decir adiós y continuar.
¿Y tú? Tú vas a estar bien, lo sé porque las personas que sólo piensan en uno mismo, siempre están bien.

Mariel Barradas.

domingo, 26 de octubre de 2014

La eternidad más breve.

Él estaba fumando y me acerqué a pedirle encendedor para mi cigarrillo, tenía la mirada más perdida que los libros que presté a los que decían ser mis amigos en tercer grado.

Mi sexto sentido notó el dolor en su alma, le faltaba calma y eso es lo que a mi me sobra. 

Tenía la boca ancha y los brazos fuertes. Estaba tan lleno de miedos, tan vacío del corazón. Parecía que no encontraba la salida de aquél viaje tan irreal, de los días nublados y de infinitas ausencias.

Mi reloj detuvo el tiempo en sus manos. Era tan diferente al resto que no pude evitarlo y le propuse escaparnos a aquél lugar que aún no he conocido pero que tanto sueño.

Ha de haber pensado que estaba loca, pero no más loca que la que lo dejó ir, ni más cuerda que la que nunca lo supo amar.

Tenía una sonrisa tan dulce, tan pinga; de esas sonrisas que te marcan, que te llenan, que te pierden… Y me perdí en sus heridas, en su espalda.

Dando vueltas en mi cama amaneció mil veces, y es que quería que se quedara toda una eternidad, toda una vida.